En situaciones de profunda crisis y desconcierto, tan recurrentes en nuestro país, cuando lo urgente se impone a lo importante y lo importante se confunde con lo superfluo, corremos el riesgo de acabar naturalizando la desidia y el abandono. Y no podemos de ninguna manera permitir que nos ocurra eso.
Porque, sin lugar a dudas, no está bien que las buenas iniciativas oportunamente implementadas en destinos turísticos, iniciativas que en su momento seguramente requirieron considerables inversiones y trabajo, simplemente se dejen libradas a su suerte, sin mantenimiento, sin renovación, sin ese mínimo de esfuerzo que hace que los turistas sintamos que la ciudad que elegimos para vacacionar nos está recibiendo con los brazos abiertos y exhibiendo sus mejores galas. Y muchas veces ese “esfuerzo” pasa por una simple manito de antióxido o de pintura, un reemplazo de piezas defectuosas, el ajuste de un tornillo. Pequeños grandes detalles que hacen la diferencia.
El motivo de estas líneas es visibilizar que, desde hace unos cuantos años, muchos de los asiduos visitantes de San Bernardo nos habituamos a utilizar el hermoso gimnasio al aire libre emplazado en una sólida plataforma estratégicamente construida sobre la playa, a la altura del 2900 de la Avenida Costanera. En realidad, no solo los turistas, también muchos locales se acostumbraron a hacer una “escala saludable” de camino al trabajo o de regreso a casa. Los que disfrutamos ese gimnasio a cielo abierto constituimos una tribu bastante heterogénea y pintoresca: jóvenes atletas de cuerpos torneados habituados a entrenar cotidianamente, personas de mediana edad que se animan por primera vez a probar “qué es eso”… adultos mayores que descubren fascinados que “nunca es tarde para tratar de sentirse mejor”. Entonces, para muchos, hay un antes y un después, cuando perciben que van mejorando su postura corporal, adquiriendo flexibilidad, perdiendo peso, recuperando lozanía. Para muchos, ese ratito frente al mar, dedicado a su cuerpo, representa el punto de partida para un definitivo cambio de hábitos.
Pero los habitués de este espacio, año a año, vemos con tristeza y profundo desagrado, que nuestra “escala saludable” va muriendo lentamente… algunos de los aparatos fueron “perdiendo” componentes fundamentales, otros gimen penosamente con un desagradable entrechocar de fierros oxidados, otros van sucumbiendo lentamente bajo los efectos del salitre y la corrosión. Caños de hierro, amputados a pocos centímetros del piso, son el triste testimonio de todos esos módulos retirados y nunca reemplazados.
Entonces, vamos turnándonos, como podemos, entre los pocos aparatos que permanecen en pie… quién sabe hasta cuándo y cada vez en peores condiciones.
Sabemos que hubo reclamos de todo tipo que nunca fueron escuchados, notas enviadas por mail que directamente son ignoradas.
Creemos que no es mucho lo que estamos pidiendo: que la plata de los impuestos vaya a donde tiene que ir y que las autoridades y funcionarios de turno hagan lo que tienen que hacer… ¿será tan difícil eso….?
Graciela Perrone – Ana Vilotta